Artículo publicado en el número 61 de El Ecologista (verano 2009)
Mientras la ecología política se asienta con cada vez más contundencia en el panorama europeo como espacio político propio, el Estado español sigue siendo un caso aparte donde prevalece la debilidad del movimiento verde. Es indudable que la llegada tardía de la democracia, la predominancia de los partidos comunistas y de las cuestiones nacionales en los movimientos postfranquistas, el desarrollo de una fuerte escuela de pensamiento ecosocialista, y la fuerte división interna intrínseca al movimiento verde no ha permitido que aparezca una sólida y perenne correa de transmisión política del movimiento social ecologista. Sin embargo, cabe interrogarse si, 26 años después, sigue válida la pretensión del Manifiesto de Tenerife de tener “una formación política comprometida con nuestra concepción global de la vida y de las relaciones del hombre con su entorno”. De hecho, a la vez que la europeización del espacio ideológico y político se hace más intensa, debemos reflexionar sobre la existencia de un modelo autónomo de ecología política: tenemos que plantear, por un lado, la capacidad de la ecología política de representar una ideología global y, por otro lado, la de trasladar esta visión en la práctica como espacio político propio.
La ecología política como ideología global y transformadora
Mucho se ha debatido acerca de si la ecología política se puede definir como ideología o si representa un simple conjunto de valores que se puede incorporar a otras ideologías existentes. Parto de la hipótesis de Dobson de que la ecología política responde a las tres características básicas de una ideología: promueve una descripción analítica de la sociedad que permite a sus usuarios orientarse en el mundo político, prescribe una forma particular de sociedad empleando creencias acerca de la condición humana y proporciona un programa de acción política desde la sociedad en que vivimos actualmente a la prescrita (1997: 23). De esta forma, la ecología política no puede entenderse como el apéndice medioambiental de otra corriente política y aún menos como una aproximación tecnócrata y sectorial de los problemas ambientales. Al contrario, supone cambios radicales en nuestra relación con el mundo natural no humano y en nuestra forma de vida social y política, y se presenta como «la gran transformación del siglo xxi». No podía ser de otra manera cuando la ecología política —y principalmente a partir de los años sesenta— introduce ante la finitud del planeta el concepto de supervivencia humana y cuestiona directamente el sentido de las sociedades industriales modernas y de la cultura occidental desarrollista: ¿cómo? ¿para qué?, ¿por qué estamos produciendo? Evidentemente este antiproductivismo es un cuestionamiento a las teorías (neo)clásicas dominantes y un ataque estructural al sistema capitalista basado en la acumulación, el fetichismo de las mercancías y la explotación del trabajo asalariado.
Mucho se ha debatido acerca de si la ecología política se puede definir como ideología o si representa un simple conjunto de valores que se puede incorporar a otras ideologías existentes. Parto de la hipótesis de Dobson de que la ecología política responde a las tres características básicas de una ideología: promueve una descripción analítica de la sociedad que permite a sus usuarios orientarse en el mundo político, prescribe una forma particular de sociedad empleando creencias acerca de la condición humana y proporciona un programa de acción política desde la sociedad en que vivimos actualmente a la prescrita (1997: 23). De esta forma, la ecología política no puede entenderse como el apéndice medioambiental de otra corriente política y aún menos como una aproximación tecnócrata y sectorial de los problemas ambientales. Al contrario, supone cambios radicales en nuestra relación con el mundo natural no humano y en nuestra forma de vida social y política, y se presenta como «la gran transformación del siglo xxi». No podía ser de otra manera cuando la ecología política —y principalmente a partir de los años sesenta— introduce ante la finitud del planeta el concepto de supervivencia humana y cuestiona directamente el sentido de las sociedades industriales modernas y de la cultura occidental desarrollista: ¿cómo? ¿para qué?, ¿por qué estamos produciendo? Evidentemente este antiproductivismo es un cuestionamiento a las teorías (neo)clásicas dominantes y un ataque estructural al sistema capitalista basado en la acumulación, el fetichismo de las mercancías y la explotación del trabajo asalariado.
Sin embargo, afirmar esto no significa que se pueda asimilar la ecología política automáticamente a la teoría marxista, incluso si ambas pueden converger de forma puntual. Al considerar que lo esencial, la infraestructura, descansa en la economía y en el llamado «trabajo productivo», las raíces del socialismo conllevan una cierta incapacidad de pensar lo ecológico. Es más, Alain Lipietz (2000) —quien teoriza la evolución de lo rojo a lo verde— afirma que el marxismo está agotado como sistema de pensamiento práctico y como guía para la acción transformadora de la sociedad. Considera que la ecología política se opone al marxismo en el punto capital del «progreso de las fuerzas productivas» ya que el paradigma verde, no determinista, no concibe la Historia como la historia de un progreso. Sobre todo, la reducción de la historia natural del género humano a la actividad de transformación y artificialización de la naturaleza por los productores consisten en la mayor contradicción respecto a la ecología política. Ante las propuestas de ecomejoras del núcleo duro del marxismo, Lipietz propone por tanto una «sustitución radical de paradigma: reconstruir el materialismo en torno a otro tronco común [la ecología política], con elementos reciclados cogidos de las ruinas del antiguo paradigma marxista» (ibídem: 188).
Por estas razones, la ecología política se puede entender como un sistema de pensamiento político global y autónomo que responde a unas necesidades históricas concretas y que puede convertirse en un nuevo referente de los movimientos transformadores adaptado a los retos ecológicos y sociales del siglo XXI.
¿Izquierda verde o espacio político propio?
Sin duda, las experiencias del gobierno rojiverde alemán, de los verdes franceses en la gauche plurielle y de los verdes españoles en diferentes CCAA con Izquierda Unida y/o el PSOE, o el dominio ideológico y político en el conjunto ecologista español del ecosocialismo sugieren un modelo de «izquierda verde» (Valencia, 2006). Sin embargo, si pensamos la ecología política como ideología global y autónoma y tras presenciar la construcción de un espacio verde a nivel europeo, dinámico y bien diferenciado, se nos incita a replantear la cuestión de un espacio verde propio en el Estado español. Además debemos tener en cuenta el amplio debate ideológico que agita el movimiento verde europeo acerca del margen de actuación dentro del sistema capitalista y de sus posibles alianzas políticasi, mientras que el movimiento verde español sigue convulsionado por sus relaciones caóticas con las corrientes marxistas (y nacionalistas) y por su voluntad de despegar de una vez de la marginalidad política.
En este sentido, es necesario superar el análisis de la realidad socio-política que gira principalmente en torno al eje colectivista-neoliberalii. De hecho, desde una perspectiva ecologista fuerte, no es suficiente preguntarse quién posea los medios de producción, si el proceso de producción en sí se basa en suprimir los presupuestos de su misma existencia. Dada la magnitud de la crisis socio-ecológica y que lo crucial es el sentido de la producción, el eje productivista/antiproductivista se convierte en un eje estructurante y determinante. Por tanto, este eje tendría que guiar los pasos de cualquier movimiento transformador en busca de un equilibrio satisfactorio entre justicia global y recursos finitos del planeta, entre oportunidades de las generaciones presentes y futuras —y por ende de la supervivencia de la especie humana—, y de la liberación y emancipación del ser humano.
Además, puesto que es una crítica principalmente no marxista del sistema productivista, la ecología política no es reductible o asimilable al ecosocialismo. Sin embargo, tampoco se trata de negar que ecología política y ecosocialismo compartan puntos de encuentro en torno a la crisis ecológica. Al contrario: considero que el ecosocialismo comparte suficientes fundamentos antiproductivistas con la ecología política para que se aleje paulatinamente de su matriz socialista y se produzca un acercamiento cada vez mayor a la matriz ecologista. De hecho, desde una perspectiva europea, el ecosocialismo tiende, en general, a transformarse en una corriente interna del movimiento verde, donde representa una interpretación marxista, hoy en día minoritaria en Europa, de la ecología política. Aunque seguramente dará lugar a alguna que otra polémica, constatamos en términos prácticos que en el seno del Partido Verde europeo la corriente ecosocialista convive de facto con las demás corrientes de la ecología política y todas parecen tener futuro común bajo el paraguas del ecologismo político europeo. No hay razones para que esta dinámica europea no se traslade y concrete también en España, eso sí, recorriendo su propio camino y teniendo en cuenta la historia y el contexto local.
¿Hacia una acumulación de fuerzas ecologistas en el Estado español?
Aunque la izquierda verde haya sido el modelo más desarrollado en España, al entender y definir la ecología política como una ideología global es necesario profundizar la reflexión sobre un modelo de ecología política autónomo, que al mismo tiempo sea incluyente, aglutinador y en constante interacción con la actual recomposición de los movimientos transformadores y alternativos. Ante una creciente europeización de lo verde, cuya influencia es cada vez mayor en nuestro propio tejido sociopolítico, este nuevo paradigma ecologista queda todavía en gran parte por escribir.
En este libro abierto donde se reformulan las posibles coaliciones sociales para combatir el (des)orden actual y donde sólo podemos constatar el fracaso de las estructuras políticas verdes realmente existentes, ¿por qué no plantear un (nuevo) proceso de acumulación de fuerzas ecologistas? Este proceso constituyente se podría articular bajo la forma de una Asamblea Permanente de la Ecología Política con comités descentralizados, encuentros estatales periódicos y abierta a ecologistas de todos los horizontes (político, asociativo, sindical, etc.) y de todas las corrientes (ecopacifistas, ecofeministas, ecosocialistas, medioambientalistas, etc.). Con un calendario de trabajo a uno o dos años vista, sería la ocasión de repensar, refundar y renovar el espacio verde tanto ideológicamente (en plena crisis mundial social y ecológica del liberal-productivismo, ¿qué líneas programáticas para los 5-10 próximos años?) como en su concreción práctica (¿qué estrategia y estructura(s) para desarrollar este ideario?).
Sin duda, un desafío estimulante para construir la esperanza del siglo XXI.
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